Gracias medussa por tu dedicatoria y tu regalo. Sorprendida y emocionada, mucho, mudita...
Y ahora, acomodense, abran sus ojos, despierten sus sentidos y dejense atrapar por estas letras, que dicen así...
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Ella está sentada en el borde de piedra de la fuente, con la mano dentro del agua, removiendo lentamente. La mirada perdida. El vestido negro de noche que lleva puesto tiene desgarrones. Está descalza. La herida de la rodilla destila lentamente el líquido vital.
            Aparece una figura,  aparentemente humana. ¿O es divina? Quizás un espectro, un habitante del mundo  de los espíritus paseando por la tierra… ¿O es por la Tierra? No se ha movido,  no ha emitido ningún sonido, pero ella percibe claramente sus palabras  mentalmente: “¿Qué haces, niña?”  “Busco a mi Señor”, responde con una voz casi  inaudible. La luna, brillante y perfectamente redonda, se encoge, se apaga al  sentir tanta tristeza en la niña, y la noche se hace más negra. “Es la última  fuente que me quedaba por mirar. Y tampoco es ésta. El agua está muy fría, mis  dedos se congelan a la vez que mi corazón. Si Él estuviera aquí, yo no sentiría  más este frío” dice ella mientras saca la mano del agua, y lentamente introduce  sus uñas, largas y pintadas en esmalte  de color rojo fuego, en la herida que  tiene en la rodilla. La sangre sale ahora a borbotones, y la crispación de su  rostro delata el dolor que siente. “Haciendo eso nunca se te va cerrar la  herida” dice, de nuevo mentalmente, la figura espectral. “Justo eso es lo que  pretendo. Me hace recordar mi estúpida desobediencia” contesta ella.
“Hagamos una cosa  -propone la figura- y así recordarás eso que dices y no tendré Yo que ver cómo  te lastimas; cuéntame tu historia.” La niña se endereza, y al levantar la  cabeza, mira a la figura, aunque sus ojos ya no ven. Y asiente. Y sus dedos  dejan de hurgar en la herida.
Ambos van elegantemente  vestidos, caminando por una calle donde la animación de la gente contagia un  sentir festivo. “¿Me dejarán entrar, mi Señor? Ese Club es muy exclusivo, y yo  no soy socia.” “¿Acaso no vienes conMigo, Mi pequeña? Te dejarán entrar. En el  Club hay muchas salas, muy amplias. Y pasillos verdaderamente estrechos. Y  muchos y variados tipos de bebidas. Verás y probarás muchas cosas, casi todas  nuevas para ti. Algunas te parecerán muy bonitas y deliciosas, otras no tanto.  Algunas las entenderás, la mayoría de ellas seguro que no. Pero tú vienes sólo  para ver, para observar. No Quiero que te pongas a pensar, a intentar comprender  todo enseguida. Para explicarte, para enseñarte a entender estoy Yo, como  Siempre. Es Mi Deseo que veas. Nada más. Y hay otra cosa, muy importante. La más  importante de todo, en realidad.  Nunca, NUNCA, debes soltar Mi Mano. Pase lo  que pase, veas lo que veas, pruebes lo que pruebes, no te sueltes. ¿Lo  entiendes? No sólo es Mi Deseo, es una Orden Mía que debes obedecer. No Quiero  que te pierdas”  “Claro que no me soltaré, mi Señor. De verdad que no lo  haré”.
Ya están en la puerta. Los  ojos de ella, preciosos y azules, están muy abiertos, con la mirada curiosa,  expectante, picarona e ingenua a la vez. Y entran. Una magnífica sala, bella y  elegantemente decorada con cristales tallados en forma de diamante. La niña  contiene la respiración ante tanta belleza. Nunca antes había visto tantos y tan  brillantes colores, con Destellos Salvajes iluminando todo. El Señor toma una  copa de cristal que contiene un líquido denso, indescriptible tanto por textura  como por color, y pone el borde de la copa en los labios de la niña. Ella bebe,  y es el sabor más bueno, más delicioso, que ha probado. Según el líquido resbala  por su garganta, siente ella cómo se va transformando; su pequeño cuerpo es  ahora tanto de la extraña textura como del mismo color de la bebida. Y ansiosa,  pide más. Y el Señor Sonríe, y le anuncia que luego tendrá más.
Y van pasando por otras  salas, cada una de ellas decorada en forma distinta a la anterior. Y el Señor  Decide en qué sala y qué bebida da a probar a la niña. Ella, completamente  extasiada, no desea otra cosa que seguir viendo tan espectaculares estancias y  probando tan dulces ambrosías. Hasta que una bebida le resulta especialmente  amarga. No lo esperaba. Se enfada. Llora. Patalea. Maldice. Pero obediente, no  se ha soltado de la Mano del Señor. Él la Abraza, la Consuela, Bebe de sus  lágrimas, Sujeta las piernas de la niña para que deje de patalear. Hasta que la  niña vuelve a sonreír, Sonriendo a su vez el Señor. Y se van alternando las  salas y las bebidas. Un par de veces le ha resultado amargo el sabor a la niña,  pero su Señor Sabe cómo Consolarla. Y la mayoría de las bebidas son deliciosas,  y todas las salas son magníficas.
Están ahora en un pasillo  estrecho, más estrecho que los anteriores, que desemboca en una sala que a la  niña le parece que es oscura. El Señor se encamina hacía allí, y la niña no  quiere ir. Dice que no le gusta, que no quiere entrar. Y el Señor le contesta  que no puede saber si le gusta o no hasta que la vea; y que estando con Él nada  malo puede sucederle. Pero ella insiste tanto, empieza a resistirse; tercamente  sigue insistiendo en no querer entrar. El Señor suspira y dirige Sus Pasos hacia  otro lugar. Ya no Sonríe. Y la niña empieza a pensar, a darle vueltas a ese  sentimiento injustificadomomentito  de la Mano del Señor podrá ir a ver aquella sala, y echarle sólo una miradita  rápida, para ver si entiende por qué no le gustaba. Podría ir corriendo y volver  enseguida, y nadie se daría cuenta, seguro. Y con la valentía que da la  ignorancia, se suelta y vuelve a la sala que ha quedado atrás. Cuando llega a la  misma, no ve nada, no hay nada que ver. Nada que probar. Y como una losa de  pesado mármol, entra la Verdad en su mente. No existe tal Club. Ni tales salas.  Ni los pasillos. Ni las bebidas. Era su Señor quién hacia todo aquello posible.  Vuelve atrás, al lugar donde soltó  La Mano del Señor, desobedeciendo Su Orden y  olvidando que ése era el Deseo del Señor. No hay nada. No hay nadie dentro. No  se sorprende, mientras se encaminaba hacia esa última sala ya sabía que no había  nada que encontrar. Es tan grande la rabia, la frustración, la ira que siente  que empieza a correr, buscando. Ya ni siquiera mira por dónde va. Tropieza, cae,  se levanta, sigue corriendo en todas direcciones, perdida. Siente que la  desesperación se va apoderando de ella. Tiene el vestido roto. Cae por unas  escaleras, pierde los zapatos y el dolor que emana de la herida que se ha hecho  en la rodilla empieza a ser insoportable. Está en la calle, completamente  desierta. Se ha perdido, no sabe dónde está, no sabe a dónde tiene que ir, no  sabe qué tiene que hacer. Pero una leve luz ilumina su mente. Es su Esperanza:  Agua, tiene que encontrar agua. Es lo que le gusta a su Señor. A veces se  esconde en ella, como el día de la playa  o el día de la catarata; o también la  noche de la ola…
            “Ésta es la última  fuente que hay. No he podido encontrar a mi Señor. Me he perdido, para siempre.  ¿Entiende Usted ahora por qué no puedo dejar que la herida se cierre? Es la  única forma que tengo de recordar que he desobedecido a mi Señor”, dice la niña  mirando a la figura que está sentada a su lado. La figura sonríe. “Eres preciosa  niña. Y así tienes que parecérselo a los ojos de ese Señor que dices. Pero no  creo que a Él le guste mucho lo que estás haciendo. Seguro que te está buscando.  Pero te has movido tanto… Has recorrido corriendo toda la ciudad, sin mirar  siquiera por dónde ibas, sin pensar que hasta que quedaras parada Él no sabría  dónde estás.”
            Comienza a llover.  La niña tuerce el gesto, no le gusta la lluvia. Se está empapando, el intenso  frío se le introduce en los huesos. Hasta que unas gotas de agua, tibias,  resbalan por su rodilla, limpiando la sangre que mana de la herida. La niña  comprende: Sólo su Señor Lava y Restaña sus heridas… Sólo su Señor PUEDE  hacerlo… Y su Señor SIEMPRE sabe… Sólo la Lluvia puede Barrer toda la  ciudad.
            Se pone en pie,  salta, ríe, llora, se arrodilla, besa las amadas gotas de Lluvia que caen. Otra  vez es feliz, abrazada a Aquél que le da la Vida..
Escrito por medussa en su blog http://medussa-sumisa.blogspot.com/.


 
 
 
 
 
 
 
 
 
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